Dentro de la burbuja, nada perturba las cristalinas aguas que acarician los últimos extremos de las plantas, que estiran sus cuerpos hasta la superficie del líquido. Los tonos azules inundan y rebotan en todas las superficies del lugar. Lo vivo rebosa de vida mientras que lo inerte parece cobrar vida. Las diminutas piedras que unidas soportan todas las plantas, y mantienen el agua en su lugar, se antojan boscosas a la vista, no demasiados verdes, tampoco demasiado oscuras. Solo las más atentas miradas llegarán a descubrir, perdida entre la maleza, una minúscula figura que contrasta con el paisaje por sus reflejos dorados. Ante los ojos curiosos correrá a esconderse de nuevo bajo las piedras, antes de que el observador haya podido definir su forma o decidir su especie. En un segundo la luz atravesará de un extremo a otro el pequeño paraíso, e incluso sin parpadear, no sabremos donde terminarán todas y cada una de las maravillas multicolores que, por un segundo, permanecieron suspendidas en el mundo a simple vista.