Hace un tiempo estuve en un colegio, uno de tantos colegios recientes en los que las nuevas metodologías te atrapan nada más entrar con una tele anunciándolo y los pasillos pintados de colores.
Pero todos sabemos que la fachada no es el interior. Y he de reconocer que me sorprendí a pesar de llevar eso en mente. Me sorprendí cuando un niño me dijo: «por ahí no podemos pasar, es una muralla». Y yo ahí solo veía una puerta. Una puerta cerrada a cal y canto, pero una puerta, que más tarde me explicaron que sirve de muralla para separar a los diferentes cursos.
Y yo me quedé pensando… ¿El aprendizaje tiene murallas? Los niños están aprendiendo que su realidad tiene límites, que durante 8 horas al día, 5 días de la semana, están encerrados entre cuatro paredes que los docentes han decidido donde colocar. ¿Dónde queda la creatividad? ¿A dónde vamos a buscar la libertad? ¿Cuándo nos relacionaremos con los que no son nuestros iguales? La educación debería ser un aprendizaje sin límite, en un entorno flexible, sin murallas… en un lugar donde la expresión sea libre, donde la comunicación no encuentre fronteras… donde podamos soñar hasta el infinito sin miedo a encontrar un muro. Sea escuela nueva o vieja, con nuevas o clásicas pedagogías, así debería ser la escuela.