Este film de Miyazaki ya puede clasificarse como uno de los más conocidos internacionalmente, a pesar de situarse en una época feudal tradicional de los países del este en la antigüedad.
En un mundo en el que los humanos han empezado a desarrollarse tecnológicamente, comenzando la explotación del carbón y descubriendo los usos de la pólvora, los dioses del mundo, encarnados en animales, empiezan a enloquecer por el deterioro de la naturaleza.
Lo más curioso de esta película es que seguimos los pasos de un muchacho que ha sido maldecido y debe encontrar a uno de estos dioses, pero según se va sucediendo la película el papel de varias mujeres se sobrepone al del chico, que se ve envuelto en una guerra entre dioses y humanos, en la que tanto un bando como el otro tienen sus legítimas razones para actuar. A mi parecer este es uno de los puntos clave que convierten a la película en una herramienta perfecta para reflexionar sobre los conflictos. No hay un bando «de los buenos» por el que decantarse y ambos realizan buenas y atroces acciones por igual. Encontramos a un general que da asilo a los enfermos y mujeres, pero al mismo tiempo no duda en sacrificar a sus hombres para conseguir sus objetivos.
Dejando a un lado la parte más fantástica de la película, tenemos un tema más sobre el que reflexionar, al que Miyazaki ya hizo referencia en Nausicaa, la naturaleza, el medio ambiente y los humanos. Pero esta vez vamos un paso más allá considerando también a los animales que conviven a nuestro alrededor.
Por supuesto, no podemos olvidar que esta es una de las películas más sangrientas y crueles del autor, por lo que no recomiendo verla con niños muy pequeños, pero es perfectamente apta para el resto de públicos de todas las edades.