Esta semana he tenido la oportunidad de participar en una experiencia poco practicada en los colegios: los grupos interactivos, una actuación educativa de éxito súper enriquecedora.
Como profesora, resulta curioso sentarse frente a un grupo de alumnos y no ayudarles a realizar las tareas. Y al mismo tiempo, estar en esa posición, sirve para reflexionar sobre algo más: los profesores no solo enseñamos, también conducimos el aprendizaje de los alumnos. Quizá de forma inconsciente, quizá por inercias pasadas, pero al hacerlo echamos por tierra nuestra propia labor, nuestra labor por desarrollar la competencia de aprender a aprender de nuestros alumnos.
No está mal apoyar, dar el empujón necesario a los alumnos que lo necesiten. Pero en algunas ocasiones, por lo menos a nivel personal, creo que acompañamos a los alumnos en todo el proceso de aprendizaje, cuando no es necesario ni lo mejor para el desarrollo de su pensamiento lógico y crítico. Los alumnos van a aprender más de lo que pueda explicarle su compañero que de lo que nosotros podamos explicar de 100 formas diferentes.
Y como ocurre con todas las situaciones, cada uno podemos extraer de ellas nuestras propias reflexiones, así que os animo a probarlo, por lo menos una vez en la vida, para conoceros mejor, para crecer, para mejorar y pasar un buen rato, viendo a los niños crear su propio conocimiento.